Te escribo desde mis adentros. Te venero y te aseguro que esta tempestad cesó el día que me abrazaste y no pude responder que te amaba. El sentido de aquel sentimiento se convirtió en una neblina constante.
Los días de aquella neblina se convirtieron en años. Cinco años de intentar o medio intentar. Los meses y años que constituyen esa neblina databan de un supuesto destino.
Pero el dolor no radicaba ahí. El dolor nació desde las calles, las que nos han visto en lo mejor y en lo peor de nosotros. De esas caminatas de noche, de esos gritos a las cosas mal hechas en la ciudad, de los días en bicicleta.
El dolor hoy es un simple efecto natural del amor. Pero nunca había dolido así y nunca había llegado hasta la médula de todos los hemisferios.
Te escribo desde lo poco que me queda sin ti y sin mi. De lo que nos dejamos y del desgaste emocional que nos sucedimos.
Nos morimos, amor, y nada hacemos más que confirmamos de que por fin morimos.
Te muero desde mis adentros.