La mujer que bota fuego.

Te escribo desde mis adentros. Te venero y te aseguro que esta tempestad cesó el día que me abrazaste y no pude responder que te amaba. El sentido de aquel sentimiento se convirtió en una neblina constante.

Los días de aquella neblina se convirtieron en años. Cinco años de intentar o medio intentar. Los meses y años que constituyen esa neblina databan de un supuesto destino.

Pero el dolor no radicaba ahí. El dolor nació desde las calles, las que nos han visto en lo mejor y en lo peor de nosotros. De esas caminatas de noche, de esos gritos a las cosas mal hechas en la ciudad, de los días en bicicleta.

El dolor hoy es un simple efecto natural del amor. Pero nunca había dolido así y nunca había llegado hasta la médula de todos los hemisferios.

Te escribo desde lo poco que me queda sin ti y sin mi. De lo que nos dejamos y del desgaste emocional que nos sucedimos.

Nos morimos, amor, y nada hacemos más que confirmamos de que por fin morimos.

Te muero desde mis adentros.

Cosmos.

Hay personas que saben para siempre y suelen ser tan nutritivas que el tiempo a su lado no se siente. Desaparecer el continuo entre día y noche debe ser de algún tipo de  habilidad a partir de aquella evolución con los que el cosmos nos presta a coincidir.

Ella, representó en mi vida una consciencia trabajada para mantenerse en autorregulación a partir de las mismas percepciones introspectivas.

Después, cuando todo se desvaneció quedamos otra vez dos.

Lo importante de este cosmos es que saber decir adiós es crecer.

Lo valioso de estos días es conocer e interpretar la energía de la dicha de compartir el viento, el agua, la tierra y sobre todo aquel fuego en el que uno se consume.

Gracias por el fuego.

Samantha y sus besos largos.

Cuando conocí a Sam era una niña que me sorprendía por 2 razones:

  1. El promedio tan alto que mantenía en todas las clases.
  2. Su sonrisa larga como su cuello.

Samantha, entre otras divinidades tenía mucho que decir, siempre. Cuando no estábamos en clases, se la pasaba cuchicheando con las amigas del salón (en clase también). Siempre me gustó Sam, se me hacía una niña divertida y fácil de molestar. Solíamos tener una especie de amistad basada en sus golpes y mis ideas para hacerla reír o enojar. Cuando pasamos a la secundaria ella comenzó a interesarme más de lo normal. Entonces me di cuenta que le admiraba.

Samantha, a quien siempre he considerado como un ser de un planeta tierra de otra época, tenía entre otros gustos, afinidad por los chicos más grandes de la escuela que para variar eran muy diferentes físicamente a mi: altos, rubios y con mucha popularidad. A mi me gustaba imaginarlos como especies en extinción, esto derivado de una revista que leía por aquella época y que contaba como los cazadores acechaban a varias especies que estaban próximas a extinguirse y les seguían durante mucho tiempo. Bueno algo así parecía entonces la escuela, mis compañeritas, incluyendo a Sam, en diversas ocasiones estaban detrás de ellos, les seguían a la distancia. Creo que por eso al final lo relacioné.

Después de coincidir muchas veces con Sam en algunas reuniones en casa de amigos, me di cuenta que ella me gustaba mucho más de lo que pensaba. Me gustaba cuando reía y cuando abrazaba.

Cuando Sam y yo nos hicimos novios ocurrieron cosas fuera de lo común. Estábamos sentados mirándonos y me acerque a su cara lentamente. Después de mirarle los ojos la besé, sin saber si lo que estaba haciendo sería correspondido o no. Ahora que me vuelve a pasar por el corazón hay aún sensaciones de adrenalina inexplicable.

Después de ese suceso me volví a dicto a besarla. De hecho pasábamos más tiempo besándonos que hablando. Yo estaba descubriendo la sensación, pues fue su lengua la primera que toqué con la mía. A pesar de muchos acontecimientos Sam y yo fuimos una especie de noviazgo fundamentado en besos. Cuando los besos se nos terminaron, nosotros también. Es decir, llegó un punto en el que ambos sabíamos que como amigos nos llevábamos mejor que como personas que se besan.

A Sam, por ejemplo nunca le pregunté siendo su novio sobre su familia y otras cosas que pensaba, daba por implícito que en algún momento estas charlas iban a llegar pero no. No llegaron por que nos centramos en los besos.

Después de ese noviazgo, unos meses bastaron para que volviéramos a ser amigos como siempre.

En el 2016  volví a ver a Samantha quien me contaba de sus aventuras por las islas Galápagos. Hablamos entre otras cosas, de ella y la biología marina que le había llevado a complementar una parte del entendimiento que va naciendo cada día con ella sobre el universo. Yo le contaba de mis días en la ciudad y de vivir en el centro. Tomamos café y hablamos de la religión y de la meditación. Me contó de un retiro de silencio que había probado y de como desde pequeña, siempre ha llevado, año con año, un diario de su vida.

Samantha no dejó de sorprenderme aquel día y recuerdo bien las palabras de nuestra charla en el techo del departamento del Centro «Yo no sé por que te gustan tanto las ciudades, son tan falsas, tan materiales, son fachadas». En ese momento mi corazón se dio muchas vueltas y me quedé callado. Lo único que pude decirle, minutos después fue que detrás de todas esas fachadas y entre esos espacios materiales estaba la esencia de la ciudad: las personas y todo que convive con nosotros.

Un año después, cuando me senté frente al edificio de la secretaría donde trabajaba, entendí otra cosa sobre sus palabras. En efecto estas ciudades cada vez son más materiales y menos personales, fallan entre muchas cosas, como forma de organización espacial, cuando menos en muchos casos de México. Pero que a partir del entendimiento de con quienes compartimos estas ciudades, además de los seres humanos, están los secretos que nos pueden llevar a lograr ciudades menos materiales, más reales y de amor.

Antes de partir aquella noche, Sam me contó que iba a iniciar un gran viaje y que a nadie se lo había contado pero que esta visita era una despedida temporal. Le di mi libreta favorita y le pedí que la sumara a sus diarios. Me dio un beso en la mejilla y no supe más de ella.

Al año siguiente me escribió, para avisarme que la libreta fue terminada.

Samantha, el amor y las ciudades. Sam

 

Mi primera novia

Tenía 8 años y dulces en las manos cuando conocí a Yuri.

Yuri que era de la ciudad de México estaba muy acostumbrada a hacer amigos de forma pronta, yo no. Su mejor amiga, de cuyo nombre no logro recordar, era también como ella. Parecían siamesas. Nunca se despegaban. Yuri tenía los ojos más hermosos que puede tener alguien de 7 años: un color café alma,  con una curva divina que les hacía rasgados, párpados pequeños que dejaban ver  lo blanco de sus cristalinos. Era de test blanca y de cabello café claro. Todo el día estaba feliz, o cuando menos el tiempo que me dejaba la vida admirarla.  A esta edad todo lo que me importaba era jugar fútbol, conocer lugares nuevos y luego verla.

El sitio donde la conocí fue un gran complejo deportivo rodeado por un bosque donde cada verano organizaban campamentos  cerca de la grande y caótica ciudad de México. Quizá la razón de organizar estos campamentos en sitios privados se debió a las condiciones del espacio público de la ciudad y alrededores, pero quien sabe. Yuri y yo no sabíamos de nada de eso, pero sí sabíamos sobre lo que era pasear.  Mis paseos por este complejo  fueron los que me llevaron a encontrarla. Cuando nos daban la «hora del recreo» lo único que me interesaba era conocer más el sitio donde estaba, así que me dedicaba a subir sus escaleras, trepar sus barandales o árboles, merodear sus salones vacíos y aprender sobre sus competencia de fútbol desleal.

Cuando la conocí, inmediatamente quería saber más sobre ella. Tenía preguntas esperándole como ¿Cual era su juego favorito? ¿A qué le tenía miedo? ¿Cada cuanto gritaba con todas sus fuerzas? ¿Conocía de dragon ball? ¿Qué le gustaba y que no del campamento? ¿Cómo se llamaban sus papás? ¿Tenía hermanas y hermanos?… No sé, no sé. Eran tantas y a la vez tan pocas.

Pero antes de conocerle y hacerle todas esas preguntas aclaro que he aprendido que no me gustan los elogios, los halagos y las felicitaciones por las cosas que hago, entonces, cuando estaba en este campamento de verano y jugaba fútbol, la gente solía hacerlo constantemente. Me hice de cierta fama que no quería por jugar fútbol y sobre todo por hacer «chilenas»y cosas que había aprendido por jugar en la calle de mi casa, usando como portería el portón de la cochera. ¡Cuantos golazos no le metí!. Volviendo a Yuri y los elogios, estos fueron los que me llevaron a conocerla. Uno de mis amigos del campamento era muy popular con los niños y niñas, su peculiaridad es que siempre decía lo que pensaba, de tal modo que también su talento en el fútbol nos hizo compañeros muy cercanos y frecuentes, amigos. Pues los elogios de las niñas y niños nos presentaron.

El día que la conocí nunca lo voy a olvidar. Estaba sentado esperando a mis hermanos con una ricaleta y un par de zugus en las manos cuando pasó caminando y tocando el arrayán frente a mi. Lo curioso es que iba sola, sin su amiga siamesa, situación que después de ese encuentro, al incrementar mi atención sobre ella, me hizo notar  que siempre estaban juntas. Quise hablarle pero preferí contemplarla en silencio, con los ojos y los sentidos puestos en ella y su encantadora forma de acariciar las plantas. Yuri me miró y tras tres pestañeos, sonrió. No sé si me regaló esa sonrisa pero la tomé y la sigo tomando como tal. Luego se fue  y  todo el día me sentí feliz. No supe qué significaba y no me importaba saberlo.

Pasaron dos días y entonces sucedió que mi amigo y yo fuimos a las gradas de las canchas y las vimos sentadas a ella y a su inseparable y ojiverde amiga. Yuri tenía un sandwich de huevo en la boca y su amiga una lechita. Nos miraron y se pusieron nerviosas. La capacidad de comunicación de mi amigo logró enseguida romper el hielo, inclusive a mi también se me quitaron los nervios.

Las saludamos, nos presentamos y nos quedamos platicando dos horas. Por primera vez en mi vida había estado platicando tanto tiempo con una niña, a quien le hice todas las preguntas mencionadas anteriormente y más. Conocí y aprendí de Yuri a partir de aquel día.

Luego nos dimos cuenta que nos habíamos volado las clases de karate y otras que no recuerdo, entonces decidimos ir al mini-cine que había en el campamento. Otros compañeros se nos sumaron y en ese sitio fue que tuve el primer contacto emocional inolvidable con Yuri.

Aquel sitio, pequeño y oscuro, con capacidad para casi 40 personas (casi siempre niñas y niños) fue nuestro sitio de visita frecuente. Semanas posteriores, cuando llegamos al mini-cine y después de haber desarrollado un sistema de sentado, de tal forma que los cuatro quedáramos alternados y juntos, Yuri se disponía a ver la película y yo, pues a verla a ella, así que no le quitaba la mirada de forma discreta a pesar de que ambos lo sabíamos. Hasta que un día me dijo: «Ari, la película está chistosa, yo no» Y nos reímos tanto que nos hicieron callar en toda la sala. Luego, nos encontramos:

Nos vimos a los ojos casi 5 minutos sin hacer otra cosa. En estos momentos de mi vida, los besos ni existían. Fue entonces que Yuri con sus manos blancas y suaves me tocó la cara y luego sostuvo mi mano. Recuerdo bien las palabras que usó:

te pareces a mi.

Lo más que puedo expresar en estas líneas sobre lo que sentí se parece a lo que dijo Galeano: me sentí más feliz de lo que en los libros dice que se puede.

Después de ese momento quería ver a Yuri de manera más cotidiana, entonces solía frecuentar el sitio donde la vi por primera vez, no necesariamente para encontrarle, para recordar aquel momento nada más. Llegábamos a coincidir en algunas actividades del campamento, sólo intercambiábamos sonrisas y eso era todo. Sabíamos que los mundos de cada cual estaban bien y marchaban bien.

Cuando le pedí que fuera mi novia, no tenía ni idea de lo que esto significaba. Únicamente seguí lo que me dijo la razón y las charlas con mi primo. Cuando le platiqué de ella me dijo: ¿por qué no le invitas a compartir un helado o que sea tu novia o las dos? No entendía el concepto de «novia y novio» y tampoco se me ocurrió preguntarle a él. Sin embargo, había puesto atención a este concepto en mis primos o tíos mayores y veía que le daba cierta exclusividad de acercamiento a las personas, entonces me decidí.  Después de eso y aunque se acercaba el final del campamento y por tanto mi regreso a la ciudad de Puebla, decidí preguntárselo. Fue horrible y hermoso.

Le platiqué a este amiguito, el cual también traía cierta amistad con la siamesa de Yuri, si era buena idea. Me animó a resolverlo antes de que fuera el fin del campamento, al cual le quedaban 3 días. Tuve en cada día de estos, una oportunidad de hacerlo pero no lo lograba por varias razones: no encontraba el lugar, había mucha gente, me sentía nervioso, ella me contaba de otras cosas y se me olvidaba, en fin. El último día de campamento me animé a hacerlo. Está claro que no tenía idea de lo que estaba haciendo pero esa adrenalina era divertida. Me le acerqué a mitad del día y le comenté que quería preguntarle algo. Yuri parecía suponerlo todo y sonreía mucho y dejaba ver sus grandes dientes blancos.
Entonces le pregunté y aún recuerdo las palabras que usé:

Oye, Yuri, ya casi no nos vamos a ver pero quería preguntarte si (pausa de 30 segundos) ¿Quieres ser mi novia? 

Y entonces me dijo:

Mi mamá me dijo que estoy muy chiquita para tener novio, pero yo si quiero. Sí quiero. 

Y entonces: https://www.youtube.com/watch?v=MxUGFWIIZf4

Al final de este día, cuando terminaba el verano, el campamento y mi estancia en la ciudad de México, Yuri me dio una carta que decía: no me olvides,  nada más. Y bueno, a ella está dedicada esta entrada.

Lo también increíble de aquel verano estuvo en las caminatas que compartía con mi hermano, mi hermana, mi prima y sobrina. Caminábamos para llegar a nuestros destinos sobre el arroyo vehícular. También esta entrada se la dedico a mi tía Margarita quien junto con mi abuela Ángela, nos hacían las mejores malteadas del universo.

Técnicamente Yuri y yo nunca terminamos, así que seguimos siendo novios.

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