Vivir en el pasado

Es más difícil que vivir en el presente. Puede ser tormentoso, lleno de espinas que ya te han pinchado una vez y depende de cada uno de nosotros si deseamos volver a recordar las heridas o no. Si es para saberse los buenos momentos, entonces vivir en el pasado ayuda, pero no residir ahí solo pasar a saludar ciertas memorias, tomar lo mejor de ellas y seguir.

Hace no mucho una persona a la que le tengo cierto grado de estimación hacía público mi proceso para poder depurar algunos sentimientos que he dejado en el pasado y sin mi consentimiento emprendió una fase teórica de cuestionamiento abierto hacia este proceso. A lo que una diversidad de personajes, que he decidido ir alejando de mi vida por diversas razones, aprovecharon para remitir sus opiniones. Quizá sumándolas para ellos sea representativo y más placentero.

«Es parte de ser espacio público» me decía un amigo. Cuando la lucha que emprendes deja consigo huellas y cicatrices, no siempre han de ser bajo una mejora positiva, hay quien simplemente no puede seguir adelante y se convierte en nuestro fan más insoportable desde la levedad de su propio ser.

Aunque también sirve para volver a revisarse ¿Qué estamos haciendo mal? ¿Qué necesitamos desnormalizar? ¿Cuánto ha afectado nuestras decisiones sobre las demás personas? ¿Qué podemos hacer hoy para no repetir en el mañana?

Hay muchas dudas que me surgen a partir de estos señalamientos. Algunos de estos son los espacios compartidos; cuando estos se ponen a la disposición de esos personajes y se suman a sus luchas parecen ser parte de un gran sistema de elementos que van articulándose y que funcionan bien; sin embargo, cuando estos han dejado de experimentar la empatía suelen volverse con nuevos cuestionamientos y vislumbran queja, desasosiego y formas hirientes de prejuicio.

Me quedo tranquilo al saber que cada persona que he dejado de mantener en mi lista de personas cercanas, frecuentes e inmediatas, merece su lugar, entre otras cosas por lo poco o nulo efectivo que es su trato, su actitud y su forma de hacer las cosas.

Si no suma, dejarlo ir. Si no suma, que fluya.

Decía Alex Rovira: Sorprenderse, extrañarse, es comenzar a entender. Por eso las palabras de Ortega y Gasset cobran hoy más significado:

No somos disparados a la existencia como una bala de fusil cuya trayectoria está absolutamente determinada. Es falso decir que lo que nos determina son las circunstancias. Al contrario, las circunstancias son el dilema ante el cual tenemos que decidirnos. Pero el que decide es nuestro carácter.

JOG


Con todos los retos que enfrentan de manera diaria y constante nuestras ciudades, desviar energía y atención hacia enfrentar juicios falsos, con falta de sentido y de proporciones metropolitanamente inútiles hace que uno prefiera dejarles fluir por siempre.


Dedicado a esas personas que lo hacen uno espacio público, para dialogar, para encontrar puntos de acuerdo y sobre todo para hablar de ciudades.

La chica «tejecafé»

María apareció un día de lluvia en mi vida. Había vuelto a las caminatas en la calle de la colonia donde nací, en medio de los aguaceros que la gente hoy odia tanto. Caminaba por una de mis calles favoritas cuando «Max» el golden más mojado que he visto en la tierra, se me lanzó encima. Tras tirarme y balancear sobre mi cara su lengua, Max me regaló unos besos increíbles que decidió terminar al escuchar un largo: «Maaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaxiiiiijooooode tu madre, ven aquí». María, quien fuera la emisora de ese grito agudo, me dirigió las primeras palabras: «¿no mames estás bien?». Y aunque no le pude ver bien la cara, un tanto por Max y otro tanto por la suma de mis lentes empapados y su impermeable grande (como la ropa que usaba Tontín, el enano de Blancanieves), le respondí con un: «no era lo que tenía planeado para un paseo en la tarde, pero me sorpendieron». María me miró y me estiró la mano para levantar, mientras Max, con ganas de seguir corriendo forcejeaba con ella.

Y ahí comenzó nuestra primera charla:

  • Este perro es un cabrón. Es la quinta vez de este día que se me quiere escapar
  • Te está invitando a correr sobre la lluvia.
  • Lo dudo. ¿Cómo te llamas hombre?
  • Me puedes decir Fer
  • Encantada, Fer. Soy María y este cabrón es Max.
  • Mucho gusto María y Max.
  • No manches que tus lentes están así por Max ¿o es de la lluvia?
  • Creo que poquito de las 2. ¿Paseo lluvioso?
  • Algo así. Quería ir a hacer pipí y mira.
  • Terminó mojándonos a todos.
  • Tu cara. Te me haces familiar
  • Mmmm pues vivo por aquí.
  • ¿Te he visto en otro lado?
  • Conozco muy pocas personas que se llamen como tú. Quizás de vista
  • No sé, no sé ¿Para dónde vas?
  • Hacia los arcos ¿caminamos?
  • Caminamos. Vente wey (Max)

 

Así María y yo nos conocimos.  Platicamos de todo. Resultó ser una mujer con habilidades ancestrales;entre muchas cosas que hace, lee los ojos de las personas y sabe contar chistes muy malos. María y yo fuimos a su casa a tomar café e intentamos secar a Max.  Cosa no tan imposible, pero difícil.

Al final de la tarde, me contó qué hacía viviendo aquí con Max, mientras tejía y compartíamos uno de los cafés más ricos que he probado jamás.

Ella es.

María