Cuando conocí a Sam era una niña que me sorprendía por 2 razones:
- El promedio tan alto que mantenía en todas las clases.
- Su sonrisa larga como su cuello.
Samantha, entre otras divinidades tenía mucho que decir, siempre. Cuando no estábamos en clases, se la pasaba cuchicheando con las amigas del salón (en clase también). Siempre me gustó Sam, se me hacía una niña divertida y fácil de molestar. Solíamos tener una especie de amistad basada en sus golpes y mis ideas para hacerla reír o enojar. Cuando pasamos a la secundaria ella comenzó a interesarme más de lo normal. Entonces me di cuenta que le admiraba.
Samantha, a quien siempre he considerado como un ser de un planeta tierra de otra época, tenía entre otros gustos, afinidad por los chicos más grandes de la escuela que para variar eran muy diferentes físicamente a mi: altos, rubios y con mucha popularidad. A mi me gustaba imaginarlos como especies en extinción, esto derivado de una revista que leía por aquella época y que contaba como los cazadores acechaban a varias especies que estaban próximas a extinguirse y les seguían durante mucho tiempo. Bueno algo así parecía entonces la escuela, mis compañeritas, incluyendo a Sam, en diversas ocasiones estaban detrás de ellos, les seguían a la distancia. Creo que por eso al final lo relacioné.
Después de coincidir muchas veces con Sam en algunas reuniones en casa de amigos, me di cuenta que ella me gustaba mucho más de lo que pensaba. Me gustaba cuando reía y cuando abrazaba.
Cuando Sam y yo nos hicimos novios ocurrieron cosas fuera de lo común. Estábamos sentados mirándonos y me acerque a su cara lentamente. Después de mirarle los ojos la besé, sin saber si lo que estaba haciendo sería correspondido o no. Ahora que me vuelve a pasar por el corazón hay aún sensaciones de adrenalina inexplicable.
Después de ese suceso me volví a dicto a besarla. De hecho pasábamos más tiempo besándonos que hablando. Yo estaba descubriendo la sensación, pues fue su lengua la primera que toqué con la mía. A pesar de muchos acontecimientos Sam y yo fuimos una especie de noviazgo fundamentado en besos. Cuando los besos se nos terminaron, nosotros también. Es decir, llegó un punto en el que ambos sabíamos que como amigos nos llevábamos mejor que como personas que se besan.
A Sam, por ejemplo nunca le pregunté siendo su novio sobre su familia y otras cosas que pensaba, daba por implícito que en algún momento estas charlas iban a llegar pero no. No llegaron por que nos centramos en los besos.
Después de ese noviazgo, unos meses bastaron para que volviéramos a ser amigos como siempre.
En el 2016 volví a ver a Samantha quien me contaba de sus aventuras por las islas Galápagos. Hablamos entre otras cosas, de ella y la biología marina que le había llevado a complementar una parte del entendimiento que va naciendo cada día con ella sobre el universo. Yo le contaba de mis días en la ciudad y de vivir en el centro. Tomamos café y hablamos de la religión y de la meditación. Me contó de un retiro de silencio que había probado y de como desde pequeña, siempre ha llevado, año con año, un diario de su vida.
Samantha no dejó de sorprenderme aquel día y recuerdo bien las palabras de nuestra charla en el techo del departamento del Centro «Yo no sé por que te gustan tanto las ciudades, son tan falsas, tan materiales, son fachadas». En ese momento mi corazón se dio muchas vueltas y me quedé callado. Lo único que pude decirle, minutos después fue que detrás de todas esas fachadas y entre esos espacios materiales estaba la esencia de la ciudad: las personas y todo que convive con nosotros.
Un año después, cuando me senté frente al edificio de la secretaría donde trabajaba, entendí otra cosa sobre sus palabras. En efecto estas ciudades cada vez son más materiales y menos personales, fallan entre muchas cosas, como forma de organización espacial, cuando menos en muchos casos de México. Pero que a partir del entendimiento de con quienes compartimos estas ciudades, además de los seres humanos, están los secretos que nos pueden llevar a lograr ciudades menos materiales, más reales y de amor.
Antes de partir aquella noche, Sam me contó que iba a iniciar un gran viaje y que a nadie se lo había contado pero que esta visita era una despedida temporal. Le di mi libreta favorita y le pedí que la sumara a sus diarios. Me dio un beso en la mejilla y no supe más de ella.
Al año siguiente me escribió, para avisarme que la libreta fue terminada.
Samantha, el amor y las ciudades.