Andrés el impredecible.

Le conocí hace aproximadamente tres años. Uno de mis mejores amigos, Iván, sería quien me lo presentara y de inmediato «hicimos click»; teníamos visiones en común, ganas de ver al mundo diferente, ganas de trabajar por ideales compartidos.

Andrés, me decía:

-«Ari Valerdi, cómo va el urbanismo y los temas de ciudad».

Yo siempre le replicaba: – «Podrían ir mejor»

Y así nos saludábamos ocasionalmente.

Uno de lo últimos recuerdos que guardo de nosotros, es cuando hace unos meses nos visitaste y se hacía muy de noche; después de cenar fuimos a dejar a Fanny a su casa, luego era tu turno, caminamos hasta la parada, pero tu autobús no pasó. Pareciera que te querías quedar con nosotros, que no te querías ir.

Así fue la penúltima vez que lo vi. Antes de esos días, Andrés no se cansaba de compartirnos que este año era «SU AÑO» y que iba a poner lo mejor de todo lo que había aprendido en su vida, para sacar adelante los planes que teníamos.

También inició una lista de libros que de acuerdo con su visión, deberíamos compartirnos.

Ahora que no estás, duele mucho asimilar tu partida amigo, duele mucho que no estés más aquí con nosotros. Duele también recordar que no te abracé lo suficiente.

Te quiero mucho y espero que sepas, donde quiera que estés, que te vamos a echar mucho de menos, pero como dice Iván, te llevamos en nuestros corazones.

A nadie en la vida le voy a contar cuando nos quedamos dormidos en el mismo sillón y amaneciste abrazándome. jajajaja.

A todo esto, las líneas son para guardar el día en el que nos tuvimos que despedir de ti. En nuestro último encuentro, Fanny, tu Fanny, quién estuvo hasta el último segundo contigo, luchando a tu lado, lo dijo enfáticamente: «Yo sé que él nos está escuchando». Yo le creo. Así que tal y como te lo mencioné aquella ocasión: la vida que falta nos sabrá mejor, día con día, por que nos vamos a aferrar a ella, a tu recuerdo, a tus pasiones a tus consejos y a tus luchas.

Siempre sí fue así: Andrés, eres impredecible amigo. Y así siempre te voy a recordar.

Andrés el impredecible, descansa en paz.

Vivir en el pasado

Es más difícil que vivir en el presente. Puede ser tormentoso, lleno de espinas que ya te han pinchado una vez y depende de cada uno de nosotros si deseamos volver a recordar las heridas o no. Si es para saberse los buenos momentos, entonces vivir en el pasado ayuda, pero no residir ahí solo pasar a saludar ciertas memorias, tomar lo mejor de ellas y seguir.

Hace no mucho una persona a la que le tengo cierto grado de estimación hacía público mi proceso para poder depurar algunos sentimientos que he dejado en el pasado y sin mi consentimiento emprendió una fase teórica de cuestionamiento abierto hacia este proceso. A lo que una diversidad de personajes, que he decidido ir alejando de mi vida por diversas razones, aprovecharon para remitir sus opiniones. Quizá sumándolas para ellos sea representativo y más placentero.

«Es parte de ser espacio público» me decía un amigo. Cuando la lucha que emprendes deja consigo huellas y cicatrices, no siempre han de ser bajo una mejora positiva, hay quien simplemente no puede seguir adelante y se convierte en nuestro fan más insoportable desde la levedad de su propio ser.

Aunque también sirve para volver a revisarse ¿Qué estamos haciendo mal? ¿Qué necesitamos desnormalizar? ¿Cuánto ha afectado nuestras decisiones sobre las demás personas? ¿Qué podemos hacer hoy para no repetir en el mañana?

Hay muchas dudas que me surgen a partir de estos señalamientos. Algunos de estos son los espacios compartidos; cuando estos se ponen a la disposición de esos personajes y se suman a sus luchas parecen ser parte de un gran sistema de elementos que van articulándose y que funcionan bien; sin embargo, cuando estos han dejado de experimentar la empatía suelen volverse con nuevos cuestionamientos y vislumbran queja, desasosiego y formas hirientes de prejuicio.

Me quedo tranquilo al saber que cada persona que he dejado de mantener en mi lista de personas cercanas, frecuentes e inmediatas, merece su lugar, entre otras cosas por lo poco o nulo efectivo que es su trato, su actitud y su forma de hacer las cosas.

Si no suma, dejarlo ir. Si no suma, que fluya.

Decía Alex Rovira: Sorprenderse, extrañarse, es comenzar a entender. Por eso las palabras de Ortega y Gasset cobran hoy más significado:

No somos disparados a la existencia como una bala de fusil cuya trayectoria está absolutamente determinada. Es falso decir que lo que nos determina son las circunstancias. Al contrario, las circunstancias son el dilema ante el cual tenemos que decidirnos. Pero el que decide es nuestro carácter.

JOG


Con todos los retos que enfrentan de manera diaria y constante nuestras ciudades, desviar energía y atención hacia enfrentar juicios falsos, con falta de sentido y de proporciones metropolitanamente inútiles hace que uno prefiera dejarles fluir por siempre.


Dedicado a esas personas que lo hacen uno espacio público, para dialogar, para encontrar puntos de acuerdo y sobre todo para hablar de ciudades.

Comer y amar

A mi me parece que las relaciones de pareja son muy parecidas a la elaboración de un platillo para comer; comparten un propósito indiscutible: sucederle a personas, que se involucran durante el proceso, que se sienten, se cuestionan, se inventan un nuevo lenguaje que ya no es de dos, sino de uno. Lo más importante de ambas también sucede durante el proceso; en donde se aprende a compartir y decidir en equipo, sean los ingredientes, los acuerdos del trato, el tiempo de preparación, los tiempos para encontrarse. Y podremos encontrar más cosas, indudablemente hay grandes diferencias entre los procesos, pero un patrón común: se trata de decisión. Así un postre puede quedar en tu memoria por siempre por su sabor y una pareja la habita.

¿Qué ingredientes le ponemos al amor?

30

¿A qué sabe tener 30 años?

Es similar a la sensación de correr por más de 30 minutos y sentir que el camino que has recorrido ha sido tan valioso que no puedes aguardar a volverlos a correr. Esto es en lo último que me he puesto a pensar.

 

Apenas.

Apenas comenzaba a conocer y reconocer su esencia. Apenas creía que todo se nos había dado para compartir nuestras ganas de vivir. Apenas me daba cuenta que su presencia era mi hogar. Apenas terminamos de hablar sobre las cosas que nos tenían inquietos y esa noche de jueves sucedió.

Durante mucho tiempo había tenido conversaciones largas con Dios, en donde le manifestaba mis preocupaciones y le pedía que nos ayudara en todos los planos existentes para que el mundo encontrara paz. Apenas le había suplicado por una señal que alentara la paz inmediata entre nosotros.

Dios tiene sus formas de hacernos ver las cosas. A ella le he amado más que a cualquier otra pareja con la que he podido conservar una relación íntima. Aprecio mucho que haya pasado por mi vida y me haya enseñado tantas cosas. Antes detestaba mucho el pasado que traíamos y de cómo nuestras decisiones habían marcado un camino tan espeso que era difícil dejar de pensar, casi imposible soltar. Hasta esa noche de jueves en la que sentí su alma de cerca por última vez.

Deben ser las bicicletas, las ciudades, las plantas, el café, las energías y las ganas de luchar incansablemente algunas de las cosas que nos conversan y entrelazan.

La noche de ese jueves se convirtió en la última mañana de marzo para nosotros.

Si un día ella llegara a leer esto le puedo asegurar que para aquel tiempo la promesa de dejarnos atrás estará cumplida.
Gracias por las aventuras.

Habitar es compartir.

La finalidad de compartir tu vida con una persona, pienso, debe situarse en la capacidad de las personas en hacer aún más memorable su paso de tiempo en la vida. Que abrazarnos a los poemas, a las canciones y a las películas con quienes compartimos la vida debe tener, entre tantas otras cosas, permiso de nuestra alma para poder establecerse.

Ahí radica que alguien habite dentro de ti. Habitar desde el sentir es encontrar referencias por todos los rincones de la ciudad de su mirada, de sus gestos, de su ciencia, de su cultura y desde luego de sus andares. Cuándo alguien te habita es inevitable ponerse de pie por si solo, ese ritual conlleva consigo las fuerzas del sentimiento que yace en ti, no en forma dependiente, sí en forma atrayente.

Y es que habitar es llevar consigo un imán que nos provoca encontrarnos y desafía el tiempo o espacio para hacernos coincidir. Habitar significa luchar, seguir, contemplar y desempeñar un momento prolongado en los sentimientos de la otra o el otro.

Lo difícil de habitar son las medidas cautelosas que hay que tomar con las acciones .Uno es completamente responsable de lo que causa en las demás personas

Por eso uno puede sentir, emocionarse, extasiarse, deprimirse o reconstruirse por el otro ser, por que su grado de habitabilidad está ya tan insertado en nuestras venas y constituye gran parte del torrente sanguíneo que es real decir que se come, se bebe, se fuma, se inhala a esa persona.

De todos modos habitar es una cuestión, también, de carácter.

La mujer que bota fuego.

Te escribo desde mis adentros. Te venero y te aseguro que esta tempestad cesó el día que me abrazaste y no pude responder que te amaba. El sentido de aquel sentimiento se convirtió en una neblina constante.

Los días de aquella neblina se convirtieron en años. Cinco años de intentar o medio intentar. Los meses y años que constituyen esa neblina databan de un supuesto destino.

Pero el dolor no radicaba ahí. El dolor nació desde las calles, las que nos han visto en lo mejor y en lo peor de nosotros. De esas caminatas de noche, de esos gritos a las cosas mal hechas en la ciudad, de los días en bicicleta.

El dolor hoy es un simple efecto natural del amor. Pero nunca había dolido así y nunca había llegado hasta la médula de todos los hemisferios.

Te escribo desde lo poco que me queda sin ti y sin mi. De lo que nos dejamos y del desgaste emocional que nos sucedimos.

Nos morimos, amor, y nada hacemos más que confirmamos de que por fin morimos.

Te muero desde mis adentros.

Para dónde ir en 29 años.

En este último día de los 28 años  o 10, 591 días vividos el sabor de cada recuerdo está haciéndose presencia de poco en poco como hace 26 años. El primer recuerdo de la infancia que viví fue mi fiesta de dos años. En este evento me veía con el cabello largo, hasta los hombros, volteaba a mi alrededor y observaba las personas que estaban conmigo esperando que soplara la vela del pastel. Recuerdo a mi hermano Aldo, a mi primo Tulio, a Dani, Vreni a lo lejos y un bebé en manos de mamá, el pequeño Arnold. También otras personas que no logro recordar sus nombres estaban habitando ese momento.

Ahora todos somos adultos. Mis abuelas han dejado esta tierra así como papá. En algunos momentos del día me pongo a pensar en todo lo que extraño de él. Sus miradas, sus manos, sus palabras, su sabiduría, su tenacidad. Me haces un buen de falta pa’.  Lo bueno de tener hermanas y hermanos es que puedes encontrar en los ojos o gestos de cada cuál a tu madre o a tu padre. Yo siempre que veo los ojos de Arnold puedo presenciar a papá. Algunas personas quizá se quedan en nuestros ojos.

Me preguntaba un pasajero del avión que compartimos de San Salvador para México sobre mis días vividos allá. Le decía que mucho de lo que soy se lo debo a incontables personas, lugares, comunidades, ambientes y ciudades. Parece que al final sí somos los lugares en los que hemos estado.

De mis últimos días he percibido mucho sosiego que de pronto me mantiene equilibrado, de pronto no.

Hoy nos dieron la noticia de que otra persona que es sumamente valiosa dentro del equipo ser va a iniciar un nuevo ciclo y me ha entrado una alegría explosiva seguida de melancolía alargada. A esta edad a uno le dura más la melancolía.

Hace poco retomé la comunicación con Itzel. No cabe duda que tal cual le conocí tiene en su semblante calidez y sobre todo un estado permanente de consciencia. Algo así como lo suele mencionar Pablo: «mantenerse valorando cada momento». No es un ejercicio tan fácil pero si usted quiere comenzar siempre ayuda prevalecer sintiendo las suelas de los zapatos y mover los dedos de los pies. Así uno se acuerda de lo terrenal y regresa de nuevo a la existencia.

De las ciudades ahora he aprendido a interpretarles mejor, ha leerlas de distintas formas, entre esas, a través de los ojos y los ademanes de las personas que describen sus espacios, sus lugares y sus experiencias en ellas. Es como leer el reflejo de esas ciudades mediante la dicción de quienes las cuentan.

Pero también me molesto y me entristezco constantemente. Los cambios para mejorar la vida de las personas parecen fáciles pero sí que son complejos. Más  complejos se sienten cuando las comunidades no se miran como un solo organismo. Es como si un conglomerado de glóbulos rojos no se sintiera sangre. Y en vez de ello sangramos.

Los días también se han llenado de Danna y su incansable risa y manera de decirme «Tío». La verdad que disfruto cuando me llama y si está esa mención abrazada por su risa el corazón estalla.

Quizás los 28 años a resumidas cuentas venían a proponerme una tregua. Tregua de ritmo, tregua de consciencia, tregua de respiración.

Y yo la he aceptado. Al menos hasta hoy.

 

 

 

 

春 La primavera entrante

Estoy esperando con ansias la primavera entrante, don Próspero el papá de mi vecino Raúl, nos enseñará sobre el proceso de siembra para el huerto urbano que deseamos de todo corazón se haga realidad en la colonia.
¿Se imaginan? Podríamos llegar a cultivar nuestros propios alimentos.
Raúl me contaba que todo el saber de su papá sobre la herbolaria radica en su familia quien se ha dedicado toda la vida al campo. Raúl y sus hermanos son citadinos como yo y mis hermanos.

Encontrando  similitudes sociales entre nosotros descubrimos también que somos fans de dragon ball, entre muchas cosas más.

Por otro lado, hoy avanzamos en la socialización de proyectos de la estrategia #BarriosLibresDeAutos que estamos organizando desde la ciudadanía. Un diseño urbano orientado a la seguridad pública y vial. Les hablaré más tarde de eso.

En la primavera entrante (春) se celebrará el ritual de matrimonio de uno de mis grandes amigos en la vida: Charly. Estoy nervioso y ansioso. Harumi, su prometida a quien conocí en primero de preescolar y a quien prácticamente llevé presente en mi vida hasta el último año de la preparatoria, curiosamente lleva inscrito en su nombre la primavera.

春 Haru = Primavera

Ambos son un ejemplo para mi de que las relaciones que perduran tienen como base una vibración mutua que les hace seguir adelante y jamás claudicar.

La primavera entrante definiré y concluiré muchas cosas en mi vida, entre ellas el tema de la maestría. Definitivamente uno anhela ciertas estaciones.

Ya ni hablar del otoño que viene.